“Me fui de Venezuela para poner a salvo a mi familia”, cuenta Andrés**, de 51 años de edad, padre de familia y oriundo de La Guaira, Venezuela.
Andrés ha sido acogido en Curazao como refugiado venezolano, asistido y orientado por Acnur (la Agencia de Refugiados de Naciones Unidas), luego de sufrir persecución política en su país.
Salió de Venezuela en el año 2015: “Huimos todos”. Cinco son los integrantes de su familia. Andrés recuerda que huyó aturdido, desprotegido y angustiado por la idea de perderlo todo.
Vendieron sus pertenencias para poder desplazarse a un lugar seguro, donde poder instalarse sin miedo a ser violentados en su propio hogar.
Al momento de viajar hacia la isla, Andrés logró salir con sus documentos en mano. Sin embargo, han sido muchos los desafíos y obstáculos que ha debido enfrentar lejos de su tierra natal.
Escondido
Andrés cuenta a Crónicas del Caribe que ha vivido episodios de terror por el simple hecho de intentar trabajar en Willemstad. “Pasé varios sustos, tenía que esconderme detrás de cajas cada vez que decían que venía la policía, por eso ahora vivo encerrado como un animal en mi casa con mi familia, tenemos miedo de salir… Aquí los refugiados pasamos mucha necesidad”, denuncia.
Confiesa que “en algún momento consideramos salir de la isla, pero sin el ingreso suficiente para ahorrar y costear el viaje se nos hizo imposible”.
Sin trabajo
“En teoría, el estatus de refugiado nos permite movilizarnos, pero sin derecho a trabajar; entonces, hemos preferido mantenernos en casa lo más posible por miedo a la policía porque hemos escuchado que, en algunos casos, no respetan el documento de refugio”, cuenta.
El gobierno de Curazao ha sido denunciado por el trato a los migrantes venezolanos y fue incluido por Amnistía Internacional en la lista de administraciones políticas del mundo que “prohibía la entrada de personas refugiadas, solicitantes de asilo y migrantes”.
Según la organización defensora de Derechos Humanos, los solicitantes de protección internacional son detenidos en la isla y recluidos en condiciones inhumanas, sometidos a malos tratos y privados de su derecho a solicitar protección.
Andrés y su familia tienen el apoyo de Acnur, pero eso no significa disfrutar de los beneficios y los derechos que reconoce la ley curazoleña.
En ocasiones, los dos adultos de la casa consiguen trabajar una hora a cambio de un pago mínimo, que no les alcanza para cubrir los gastos básicos.
“Buscamos trabajo en redes sociales que a veces informan de algo, pero realmente es muy difícil conseguir un ingreso estable… Muchas veces conseguimos pocas horas y ocasionalmente, hacemos milagros para cubrir los gastos”, asegura.
Xenofobia
Durante los años 2017-2019, el ingreso de migrantes provenientes de Venezuela a Willemstad elevó los niveles de xenofobia.
“Es humillante el trato que a veces recibimos aquí, se dirigen a uno con desprecio, nos hacen sentir menos, nos preguntan por qué no nos devolvemos a nuestro país, nos escuchaban hablando español por la calle y nos detenían y exigían que habláramos papiamento”, narra Andrés.
Sin acceso a derechos básicos
En el informe Tendencias Globales Acnur 2021, difundido este 16 de junio de 2022, Venezuela reportó 4,6 millones de personas desplazadas. El 72% de las personas refugiadas y desplazadas viven en los países vecinos a sus naciones de origen, pero solo 28% fueron acogidos formalmente.
Andrés cuestiona que la condición de refugiado de su familia nadie la valora ni respeta en la isla. Las posibilidades de integrarse a la economía y el turismo de Curazao son nulas. “Mis hijos dejaron de estudiar porque, si llegaban a terminar, los amenazaban con no entregarles los diplomas”, lamenta. Ahora los pequeños reciben educación online.
“El refugiado que se ve forzado a migrar no lo hace por otro motivo sino el de salvaguardar su integridad y la de su familia, y por lo menos tener acceso a una identificación para poder tener trabajo y atención médica”, concluye Andrés.
El nombre del refugiado venezolano ha sido modificado por motivos de protección**