El reciente arresto de Tareck El Aissami y su círculo más cercano, incluyendo al empresario Samark López y el exministro Simón Zerpa, ha sacudido a Venezuela y puesto sobre la mesa uno de los casos más grandes de corrupción en la historia del país.
Según reveló el periodista Casto Ocando en un demoledor video, El Aissami ha sido acusado de corrupción, lavado de dinero, tráfico de influencias para obtener beneficios millonarios e incluso de atentar contra la patria. Pero lo que realmente desencadenó su caída en desgracia fue su desmesurada ambición por convertirse en el nuevo líder máximo del chavismo, en un intento por desplazar a Nicolás Maduro.
Las autoridades venezolanas estaban al tanto de todos los entramados del exvicepresidente para acumular riqueza a través de millonarios contratos con Petróleos de Venezuela (PDVSA). Fue así que El Aissami conformó un poderoso clan que lo ayudaría en esa tarea.
Su principal testaferro era Samark López, un empresario que amasó una fortuna valuada en 1.100 millones de dólares a partir de los millonarios negocios que El Aissami le otorgaba en PDVSA. Cuando Estados Unidos sancionó a López en 2017 por su vínculo con El Aissami, le congelaron 300 millones de dólares en cuentas, propiedades valuadas en más de 40 millones y una flotilla de aviones privados.
López recurrió a costosos bufetes de abogados para intentar demostrar el origen lícito de sus bienes, llegando a pagar 60 millones de dólares a una firma que trabajó para «limpiar» su imagen. Sin embargo, el Departamento del Tesoro lo consideraba el principal testaferro del narcotráfico de El Aissami.
Maduro llegó a nombrar a El Aissami como ministro de Industrias y luego presidente de PDVSA después de que fuera sancionado por Estados Unidos en 2017. Fue en ese cargo en la petrolera estatal donde El Aissami cometió «quizás el mayor acto de corrupción en la historia de Venezuela» con la vista gorda del régimen.
Pero lo que realmente motivó su arresto fue su irrefrenable deseo de convertirse en el «nuevo líder galáctico» del chavismo. Durante años, El Aissami alimentó sus ambiciones de poder, creando un emporio económico con propiedades y cuentas bancarias en Venezuela y en el exterior con el aparente objetivo de acumular el músculo financiero necesario para su proyecto político.
Esta conducta chocó con el régimen de Maduro, cuyos principales líderes se encontraban molestos con su deriva autoritaria y la perspectiva de continuar su gobierno otros 6 años más. Con el encarcelamiento de El Aissami, Maduro envía un contundente mensaje a los disidentes internos: «No me compitan en este terreno».
La magnitud de la corrupción de El Aissami y su clan es asombrosa. Un informe de inteligencia colombiano filtrado revela la profundidad de sus negocios ilícitos, incluyendo la venta de pasaportes venezolanos a 173 terroristas de Hizbulah. Estados Unidos mantenía vigilado a López por su vínculo con el narcotráfico y llegó a intervenir comunicaciones del clan que muestran cómo acumulaba ilegalmente su riqueza.
El ascenso y caída de El Aissami y López representa no solo uno de los mayores escándalos de corrupción en Venezuela, sino una cruenta lucha de poder en el seno del chavismo por definir el futuro del régimen en una hipotética era post Maduro.

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